Nosotros y el Instrumento

 

"El día que maté a mi bajo"

por Julián García

      Recuerdo como si fuera ayer el día que tuve mi primer bajo eléctrico, un instrumento muy precario, tan precario como barato. Yo tenía 11 años y muy pocas veces había tenido un instrumento musical tan cerca. En ese momento, ese bajo que ahora califico como “precario” (para ser generoso), me parecía el mejor instrumento del mundo. Más tarde me daría cuenta cuan equivocado estaba ...

      Con el tiempo me fui dando cuenta que las cuerdas de mi bajo cada vez se encontraban más y más lejos del mango y que cada vez me costaba más pisar cada nota. Por esos días yo no estaba ni enterado que los mangos de las guitarras y los bajos tenían en su interior algo llamado “alma”, que es el famoso “fierro” que regula la curvatura del mango (hacia atrás y adelante), también desconocía muchas cosas más de los intrumentos y del mío en particular.

      Cuando fui enterándome de todas estas cosas me di cuenta que lo que hacía que las cuerdas de mi bajo estubieran cada vez más lejos de la trastera era que el mango estaba terriblemente doblado. Era casi una BANANA.

      De a poco ese instrumento que al principio me había parecido “el mejor del mundo” fue tomando el lugar que realmente ocupaba, un instruento de estudio para un principiante.

      Preguntando a cuanta persona podía, trataba de conseguir consejos para tratar de arreglarlo, pero cada persona que me encontré, me dijo algo diferente a todos los demás. Así encontré las versiones más disparatadas (aunque en ese momento todas me parecían verdaderas y razonables) como por ejemplo que el mango una vez que se torcía no se podía enderezar nunca más, o que si se doblaba para adelante se podía arreglar pero si se doblaba para atrás no y había quetirar el mango a la basura, o que un mango doblado sólo lo podía arreglar gente especial que estaba cerca de poseer poderes mágicos.

      Resulta que me comentaron de un lugar donde lo podía llevar a arreglar, era una casa de música. Lo llevé , le comenté al encargado de las reparaciones cual era mi problema y le pedí que me lo calibrara. Lo fui a buscar un par de días después y cuando llego a mi casa y lo pruebo me doy cuanta que lo único que le habían hecho era cambiarle las cuerdas y el resto estaba tal cual. Lo único que había cambiado era mi bolsillo... estaba un poco más flaco que antes! Lo mismo me pasó varias veces con más o menos el mismo resultado.

      Hasta que un día me cansé de seguir perdiendo dinero y decidí arriesgarme y tratar de arreglarlo yo mismo. Busqué en algunas revistas de música las notas sobre luthería y me lancé a explorar (y desarmar) mi bajo. Le saqué hasta el último tornillo e investigué hasta el último rincón, y afortunadamente no lo destruí (también ahí me salieron mis primeras canas).

      Al fin y al cabo lo terminé arrglando o por lo menos lo dejé mejor de lo que me lo habían dejado en la mayoría de los lugares a donde lo había llevado.

      Me di cuenta que en realidad no era tan “místico” como me habían comentado algunas personas. Lo único necesario era tener paciencia, ganas, un poco de habilidad manual, un par de herramientas y estar preparado para afrontar cualquier error.

      Por suerte el tiempo me demostró que la gran mayoría de los errores se pueden arreglar, y de última algún error fatal sirve para no volver a cometerlo.

      Con esta especie de historia no espero que cualquiera que la lea se ponga inmediatamente a desarmar sus instrumentos, porque no todos pueden llegar a estar interesados en como funciona su instrumento. Pero aquellos o aquellas que estén interesados en el funcionamiento interno de su instrumento y en el mejor funcionamiento de su bolsillo, ésta anécdota le puede servir de ayuda para animarse a inverstigar y a tratar de solucionar los inconvenientes que tengan. Saquémosle "todo el jugo” a nuestro instrumento.

 

MANTENIMIENTO DEL INSTRUMENTO  I

 

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